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COLECCIÓN EL LEGADO: UN CORDÓN ROJO

Cuando era niña mi madre me contó que en su familia ahorraban dinero para “la dote” de las hijas.

Que cuando se casó su hermana, la tía Soledad, vendieron una vaca y dos cabras para completar la dote…

En la tradición de algunas familias portuguesas, cuando una hija se casaba, había que entregar una dote, por lo general es un collar, un cordón de oro.

Ese cordón, colgado del cuello de la futura esposa debe llegar hasta el piso…

Ese cordón según su peso y grosor representa el “valor” de esa mujer.

En el año 1955, a los veinte años, mi madre migró hacia Argentina estableciéndose en Comodoro Rivadavia donde trabajó como lavandera en Km. 8, así conoció a mi padre.

Se casaron lejos de sus familias de origen y se quedaron aquí en la Patagonia para siempre.

Mi madre…se casó sin dote, no recibió un cordón de oro.

Ese hecho fue un estigma, que le dejó huellas, que la marcó toda la vida…

El legado que yo recibí de mi familia, no fue un cordón de oro.

Fue un cordón hecho con hebras de enseñanzas, de gestos, de sabores llenos de historias, de aprendizajes, de imágenes lejanas y palabras que sonaban diferente.

Mi obrar en el Arte vino de la mano de preguntas:

¿Qué nos inspira? ¿De quienes aprendemos? ¿Cuál es la identidad? ¿Aprendemos por imitación, haciendo espejo? ¿Dónde habita la lengua materna? ¿Qué es la nacionalidad? ¿Existen las fronteras? ¿Quién las marca?…

La búsqueda de respuesta a esas preguntas me llevaron a reconocerme como un ser resiliente y a producir este cuerpo de obra.

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